lunes, 9 de abril de 2018

Tuve suerte y logré entrar
Entre tantos nervios, tanta expectativa, después de una larga espera y, debo admitir, que también con un poco de miedo, llegamos a aquel lugar. Sí, llegamos Natalia y yo al sitio donde realizaríamos nuestra salida de campo para la asignatura de Investigación Social.
Todo comenzó por una fase de planeamiento, en la cual debíamos decidir a dónde iríamos a hacer la respectiva investigación. Pensamos en varios lugares que podían ser interesantes, pero finalmente, resultaban ser muy lejanos para las dos, o quizás era muy complicado ir entre semana. Sin embargo, llegó un momento en el que recordamos un lugar al que el semestre pasado quisimos ir, no recuerdo si a hacer una crónica o un reportaje; el caso es que queríamos conocer un anfiteatro, pero en esa ocasión no fue posible. 
Creo que siempre tuvimos la intención de conocer un lugar de esos y ¿por qué nos negaríamos la oportunidad de conocerlo esta vez, donde éramos libres de escoger en dónde queríamos trabajar? Comenzamos por pensar a qué anfiteatro podíamos ir y en algunas ocasiones intentamos cambiar el lugar, pues en principio, pensamos que sería muy difícil ganarnos la entrada. A pesar de ello, seguimos intentando y objetamos no desistir si aún nadie nos había dado un rotundo ‘no’’ como respuesta. 
En primer lugar, contactamos gente de la Universidad de los Andes, pues nuestra salida de campo se podía realizar en el anfiteatro de esa institución. Hicimos varias llamadas, pero nadie contestaba. Seguimos intentando y cuando por fin alguien nos habló, le comentamos lo que queríamos hacer y lo cual tuvo una decepcionante respuesta, pues nos dijeron que debíamos escribir una carta de petición con mucha anterioridad. 
Estábamos corriendo una carrera contra el tiempo y contra tantas ganas que teníamos de conocer un anfiteatro. Con mucha angustia, recordé que, en Tunja, el lugar donde nací, también hay gente que estudia medicina y necesita un lugar de estos. 
Dimos el siguiente paso y preguntamos por vía telefónica, si podíamos entrar al Laboratorio de Anatomía de la UPTC (Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia), explicamos qué íbamos a hacer allí y mediante la ayuda de un contacto, nos concedieron el permiso. Sin embargo, no estaríamos solas en ese lugar porque no es fácil darle entrada a personal externo de la facultad de medicina y mucho menos de la universidad. 
Nos plantearon la posibilidad de entrar a una clase de Anatomía el jueves o el viernes, solo así podíamos ingresar, y claro, si el profesor encargado de la clase lo permitía. Estábamos ansiosas porque por un instante pensamos que era muy bueno que nos dejaran entrar, pero no sabíamos hasta que punto, porque si entrábamos solas, tal vez solo veríamos el lugar, pero al ser un laboratorio de Anatomía, debía haber alguien que hiciera algo en ese lugar; alguien como esos estudiantes de la clase.
Durante toda la semana estuvimos haciendo llamadas, hasta que por fin nos dieron una respuesta: sí. Sí nos permitieron ingresar a la clase, eso sí, con mucho respeto, atención y discreción. Desde un principio tuvimos claro que iríamos a observar la clase y recoger todos los datos que nos resultaran útiles para la investigación, mas no a distraer a los estudiantes ni a irrespetar su clase.
Llegó el jueves, tuvimos juntas la clase de Comunicación para el desarrollo y debíamos estar en una de Anatomía a las cuatro de la tarde. Salimos a las diez de la mañana de clase, esperamos a la hora del almuerzo y después de almorzar, fuimos hacia el puente de Teletón, donde nos recogió un bus que nos llevó hasta Tunja. 
El recorrido de 152 km duró aproximadamente dos horas. Cuando llegamos, un taxi nos llevó hasta la Facultad de Medicina, que se ubica separada de todas las demásfacultades de la universidad. Entramos sin mayor problema y preguntamos dónde era el laboratorio. Llegamos a tiempo, eran casi las 3:30 p.m. y ya estábamos esperando que todos llegaran.
Pasó el tiempo y unos minutos después de las cuatro, ingresamos detrás del profesor y los estudiantes. A ese lugar se debe ingresar con guantes, tapabocas, bata de laboratorio y gorro. Es un lugar muy higiénico al que diariamente le hacen limpieza, además que la gente que ingresa allí, también debe ser muy limpia, hay un espacio destinado al lavado de manos. También hay sillas, pero generalmente, nunca nadie se sienta porque al ser un laboratorio, los estudiantes se concentran en su práctica y eso lo hacen de pie. 
En el caso de esa universidad, el laboratorio no es muy grande como en algún momento lo imaginamos.  Ese día, el grupo trabajó con el cuerpo de un difunto que había llegado.Es un cuerpo que se conserva en solución chilena, como todos los que llevan a las prácticas, y que, media hora antes de empezar la clase, es situado sobre una camilla y trasladado al laboratorio. Nos impresionó muchísimo porque jamás habíamos visto algo así, pero al mismo tiempo nos llamó la atención porque era algo que hacía mucho tiempo queríamos ver en vivo. 
Personalmente, no sentí nada de desagrado, simplemente era nuestra salida de campo y debía disfrutarla al máximo, ponerle buena actitud y observar lo que estaba viendo, teniendo en cuenta que era la primera y posiblemente la última vez que lo haría. Nosotras mirábamos con mucha atención lo que el conjunto de estudiantes hacía con el cuerpo. Todos tenían unos implementos para empezar a remover el tejido adiposo.

El docente explicaba en el transcurso de esa clase, el funcionamiento de algunas partes del cuerpo, que en realidad no comprendí mucho porque su lenguaje era muy rebuscado y obviamente, muy propio de la medicina. Lo que pude observar de la práctica, es que deben tratar el cuerpo con mucha delicadeza, procurando siempre aprender de cada movimiento, sacar conclusiones sobre qué daños tenía el cuerpo, etc. Observamos que muchos de esos alumnos, o la gran mayoría, realizan estos procedimientos con mucha entrega y amor por lo que hacen. 
Natalia y yo observábamos y escuchábamos en silencio para no desconcentrar a los demás y en algunos momentos sí tuvimos que preguntar lo que no entendíamos. Al profesor casi no le alcanzaba el tiempo para orientar a todos sus alumnos y para responder todas las preguntas que le hacían. 
Se aproximaban las 6:00 p.m. y ya todos se alistaban para irse. ¿Qué pasaría con el cuerpo? Nos preguntábamos. Tuvimos que preguntarle a uno de los jóvenes que recibe la clase y nos explicó que lo guardarían en una bolsa y posteriormente, sería llevado a un cuarto especial donde se encuentran todos los muertos, para después, poder utilizarlo nuevamente.
En el camino de vuelta a Bogotá, pensé en mi experiencia y concluí que es una fortuna ver tan cerca, cosas tan extrañas como esta, que sí se puede aprender de cosas que nunca imaginamos, que debo insistir hasta llegar al lugar donde quiero estar, y que la gente al principio puede sentirse invadida cuando hay alguien extraño en su entorno, pero basta el tiempo y la buena actitud para familiarizarnos con ella. Me queda un vacío al no haber podido preguntar todo el tiempo, muchas cosas, pero entiendo que mi amiga y yo, debíamos ser muy prudentes y respetar el tiempo y espacio de la clase.  Sin embargo, aprendimos mucho de esos estudiantes, de ese profesor, de ese cuerpo y de ese laboratorio de Anatomía al que por fin logramos entrar.

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